Empiezo a animar como si estuviese solo, como si dependiera de mí cada detalle de nuestra defensa, de nuestro ataque, de nuestro partido. Estoy extenuado, el cansancio me sube desde las piernas y se me agarra al pecho. Mis gritos salen entrecortados, ininteligibles. Pero sigo gesticulando, como un trastornado en un país de trastornados. Pero empiezo a sentir que no se me oye, que sólo suelto aire al aire cuando me pitan una falta inexistente. Intento detenerla pero es imposible. Mi frustración se dispara como un cohete hacia el árbitro y le golpea de lleno. Soy un pelele en sus manos y no sé dónde me puede llevar. Me dejo. Me pitan técnica. Como un balazo, me desarma y busco miradas de comprensión. Pero no hay miradas de comprensión en un manicomio. Noto cómo me abandona todo lo que me sujetaba y temo caerme, pero me encuentro sorprendentemente de pie caminando hacia el banquillo. Caigo en él; o él en mí; no sé. Me tomo un segundo y recapacito.
“El silbato no es la brújula de tu camino, la brújula eres tú y tu corazón”
“La ira es tierra estéril para plantar. La aceptación, el inicio de la mejora”
Me voy calmando en el banquillo e intentando construir, cuando salgo al campo. Hilamos algunas jugadas y nos atrevemos a lanzar unas palmas al aire. Hemos parado la sangría pero, aún así, el partido acaba. Hemos perdido de 13. Entramos al vestuario con sonido de marcha fúnebre en nuestras cabezas. Acostumbrados al tremendismo, nos fustigamos en silencio mientras algún ánimo grotesco se estrella en nuestros oídos. El agua de la ducha resbala por nuestro cuerpo inclemente mientras nuestra memoria nos flagela con cada fallo. Salimos cual zombis. Cansados, abatidos, desalentados; caminamos inertes hacia el coche. Un aficionado me para y me pide una foto con un niño de unos 10 años. Lo miro sin verlo e intento trazar algo parecido a una sonrisa. No me sale pero dispara la cámara. Cuando me voy, el niño me para y me dice: “Para nosotros, sois los campeones”. Un cosquilleo me recorre el cuerpo hasta el cuello y tengo que volverme para que no vea cómo se me encharcan los ojos. Un “gracias” ahogado se me cae.
“Compartir un sentimiento significa ser responsable de un destino común”
…………doy un bote. Un sobresalto me despierta y me quedo un segundo mirando a mí alrededor. El fisioterapeuta y 2 compañeros se ríen con ganas a un metro de mí. ¡Me he quedado dormido mientras me vendaban! Me froto la cara con fuerza y se me escapa una sonrisa. Aún no ha comenzado el partido. Como un flash me viene todo lo soñado hace un momento de golpe. Me pongo de pie de un salto y digo. “¡Chavales! Este partido lo ganamos. Vamos a sufrir, vamos a pasarlo mal pero si estamos unidos lo sacaremos adelante. Y si no lo sacamos, vamos a dejarnos la piel por que pocas veces se tienen segundas oportunidades”. Los junto a todos y obligo a hacer un grito en medio del vestuario. “¡EQUIPO!” Aún resuena en nuestros corazones y veo que alguno me mira de refilón como si estuviera loco... o, más bien, tendría que decir cuerdo.
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2 comentarios:
Que bueno :) Gracias
Es que para nosotros sois unos auténticos campeones! Es un privilegio tenerte en nuestro equipo. Por haber venido a una ciudad perdida en el mapa para muchos, por habernos ayudado este año, por haberte dejado la piel en cada partido, por los buenos ratos que nos has hecho pasar... GRACIAS!!
Lástima que la temporada termine mañana.
Un beso muy grande
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