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viernes, 11 de diciembre de 2009

Los halagos los carga el diablo

Eso de que las armas las carga el diablo es una cita sin dobleces. Es lógica, entendible. Los peligros peores suelen esconderse en las amenazas menos obvias. Estoy seguro que los halagos sí que los carga el bueno de Belcebú. Aunque los dispare otra persona.

Tengo que desmentirlo, alguien tiene que hacerlo tarde o temprano. Los halagos siempre han gozado de buena prensa pero son muy dañinos. ¡Hala!, ya lo he dicho. Muchas veces nos dicen que la envidia o la avaricia son malas. De acuerdo, buenas no son. Pero son honestas. Tú las reconoces, van de cara. De siempre te han advertido contra ellas y estás prevenido. Pero el halago es falso. Va de buen rollo y tal y luego cuando te relajas... ¡ZAS! Es un relajante, familia de los opiáceos, cómplice de los peores crímenes.

Algunos pensaréis que estoy exagerando pero alguien tiene que desenmascarar a este impostor. Imaginaros que vuestro entrenador os dice:
- Hoy has estado genial.

Sé que hay que hacer un ejercicio de imaginación tremendo. No por que no seáis capaces de jugar bien, sino por lo otro… por lo del entrenador. Casi se situaría en un programa de Cuarto Milenio.

Vosotros no lo dudáis, lo aceptáis enseguida como verdad y por primera vez en vuestras carreras estáis de acuerdo con vuestro coach. Pero sólo es por predisposición al halago; ¡mal! os estáis debilitando.

Pero si en cambio os dice:
- Hoy has estado mal.

Entonces piensas: “Madreeeeee, qué “gualtrapas”, qué partido habrá visto éste. Pues anda que Miguelin... habrá jugado como los ángeles, y no le dirá nada. Me tiene manía” (lo que se llama Síndrome del quinceañero).

El halago se planta muy bien en nuestras mentes fértiles para el degustarse, el ego riega el fruto y tenemos una plantación de “quebuenosoy” maravillosa. Más, si el chico al que se le dice es joven y falto de orientación.

Siempre he sido muy reacio al halago. De hecho recuerdo un partido en el cual metí 42 puntos (amantes de los datos mínimos, no se molesten en perder su tiempo viendo si este dato es correcto. Les indico la referencia y el libro en el que lo encontrarán: Y Dios bajo a las canchas, Biografía inédita de Lucio Angulo Espinosa. Apartado: Ciencia Ficción), mi entrenador se acerco a mí y me dijo:
- Lucio, eres muy bueno.
Yo le contesté airado:
- ¡No! ¡no! Tú si que eres bueno... ¡tío triste! ¡Y a ver si te atreves a decírmelo en la calle!

Yo creo que todo esto radica en la educación. Sin ir más lejos, tengo aún reciente cuando mis padres se acercaron a mí en mi dieciocho cumpleaños y me extendieron la mano como si me dieran el Sagrado Cáliz y mi padre me dijo con voz queda:
- He esperado a que cumplieras dieciocho años para regalarte esto.

Podréis imaginaros, a mis recién dieciocho años y con mis hormonas bailando la Lambada, lo que pasó por mi mente que sería ese maravilloso y lúbrico regalo. Cuando lo abrí, de golpe mis hormonas se sentaron alicaídas, poniendo cara de mala hostia y mirándose las unas a las otras contrayendo los hombros. El regalo consistía en un libro. Sin ir más lejos, El arte de la prudencia, de Baltasar Gracián, un bilbilitano nacido en el Jurásico, en 1601, teólogo, capellán del ejército, profesor de Humanidades, Filosofía, Teología Moral y Sagrada Escritura... imaginaos el percal, vaya fiesta. Trescientos aforismos sobre la prudencia y el saber estar. Nada más abrirlo pude leer:
Nunca exagerar. Es importante para la prudencia no hablar con superlativos, para no faltar a la verdad y para no deslucir la propia cordura. Las exageraciones son despilfarros de estima y dan indicio de escasez de conocimiento y gusto. La alabanza despierta vivamente la curiosidad, excita el deseo. Después, si no se corresponde el valor con el precio, como sucede con frecuencia, la expectación se vuelve contra el engaño y se desquita con el desprecio de lo elogiado y del que elogio".

Fue el mejor regalo que he recibido en toda mi vida. De todas formas, si ese gran regalo lo hubieran acompañado con una suscripción de socio vitalicio a la revista cultural “Pen Jaus”, no habría pasado nada.