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viernes, 26 de marzo de 2010

Jugar con un perro mordiéndote el tobillo

Existen periodistas buenos, los hay pulcros, perfeccionistas, escrupulosos…y los hay destructivos. A estos últimos va este texto al estilo Alvite (o al menos un intento); un periodista de los primeros, los segundos y los terceros.

Al era un periodista que lo más parecido que tenía a un amigo era su dentista. Yo lo frecuentaba eventualmente cuando iba al tanatorio de marcha, nunca supo sociabilizarse muy bien. Pensaba que una amistad era un contrato escrito todo con letra pequeña.

Cuando conocí a Al iba todo de negro. Tras un tiempo le pregunté que por qué no usaba otro color en su ropa, y me dijo con cara de dolor de muelas: “Mira Lu, me ahorra tiempo. Nunca sé cuándo voy a tener que asistir al funeral de algún criticado”.

Se decía que sus crónicas las hacía con un revolver 38 Special. Comentaban que en vez de palabras escupía balas ultramagnum por que aseguraban la pieza. Con él nunca sabías si hablaba en serio. Sus críticas se te agarraban al tobillo como un Doberman amaestrado para matar. Lo malo es que lo hacía lentamente, a golpe de comas.
El día que me invitó a desayunar pensé que se había equivocado. Me preocupé, parecía contento, nunca lo había visto así. Me dijo tranquilamente mientras mojaba su magdalena en el cianuro: “Me han encargado una critica de un pez gordo de la mafia”. Estaba satisfecho, era un tipo que se alegraba de dormir con una cabeza de caballo, decía que le hacía compañía. Al segundo se estaba quejando al camarero de que sus magdalenas estaban demasiado dulces. Al era así, el último piropo que le dirigió a su mujer fue tirarle el café hirviendo a la cara.

Lo vi al tiempo caminando torpemente por la acera; pensé que era a causa del asfalto. Siempre fue un tipo de moverse mejor por el fango. Llevaba una camisa a juego con su frustración. Yo había leído su última crónica al mafioso; dado el tono que le dio Al, el periódico pensó en publicar su crítica en la sección de necrológicas. Me miró, su mirada era como mear sangre. Sabía que algo no iba bien.
Siempre fue un excluido y se jactaba de ello. Tenía enmarcado su cero en gimnasia de la escuela junto a su último examen de próstata. Estaba deteriorado y era raro en Al porque solía llevar su úlcera de estómago como quien lleva un Rolex de oro.

Fue la última vez que lo vi. Fiel a su estilo pidió ser enterrado con una mano fuera y el dedo corazón extendido. Exigió que en su epitafio pusieran “Para vosotros, chusma”. El cura no le dejó; dijo que si dejara a todo el mundo cumplir su voluntad esto sería un aparcamiento para bicis. El cura tardó un minuto en la homilía, lo hacía como si tuviera una pistola en la sien. Soltó su perorata como si leyera la lista de la compra.

A su funeral sólo acudí yo y otra persona oscura vestida totalmente de negro que parecía sonreír, cuando me acerqué no supe si era una mala sonrisa o un lifting hecho por su proctólogo. Resultó ser hermano de Al. Al preguntarle qué le había parecido el sepelio contestó entre el humo del cigarro y su indiferencia: ”Funeral falto de originalidad, vacío, trillado…” Qué ironía. Al estaría contento. Hasta en su funeral había cosechado mala crítica.

*(A veces una critica dura se te agarra al tobillo y juegas como si estuvieses aprendiendo a caminar).