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jueves, 21 de mayo de 2009

¿La M-14, por favor?

Sí, mire. Usted va bien por aquí, siga la Avenida de la Cooperación y cuando vea la Plaza del Conocimiento gire por la Calle de la Diversidad y pasado el Jardín de la Solidaridad quedará en frente de la Estatua de la Integración; siga por allí y todo recto llega... Iba a seguir este texto pero temo que me quede muy serio… así que:

Y EN LA TORRE DE BABEL... SE ENTENDIERON

Recuerdo que al llegar a Indianápolis todo era extraño. Una ciudad que no es la tuya vista tras el cristal de un autobús siempre te resulta ajena. La limusina en la puerta del hotel daba una pincelada exagerada a la vida monacal que nos esperaba.
El hotel estaba dividido por plantas (Voz en off: “¡¿en serio?! Qué raro para un hotel”). Como todo lo Americano, era gigantesco. Una vez que te encontrabas en el hall y mirabas hacia arriba, las plantas subían como anillos y podías ver a la gente en un constante ir y venir. En cada planta se distribuía un equipo y como única columna vertebral estaba el ascensor. Alrededor de 15 nacionalidades nos reuníamos y entendíamos allí. ¿Cómo? Todos hablábamos un idioma. El Baloncesto.

Mi hermano Sergio viajó allí por que no quería perderse ese evento. Recuerdo cuando llegó, subiendo en el ascensor coincidimos con Yao Ming (2.26m) y Batere Menke (2.10m), ambos iban con el cuello torcido por que no cabían; me volví a mi hermano (1.82m) y le dije: “Aquí vas a disfrutar como un enano”. Nos reímos como Chinos… Se respiraba entusiasmo en la concentra-ción, aunque teníamos más presión que los zapatos de Falete.

En la primera planta había una sala de juegos. Y decidimos, mi hermano y yo, darles unas clases de ping-pong (no a los chinos, que hubieran jugado con nosotros como contra pin y pon al ping-pong) a Nacho y Paraíso. Cuando en el fragor de la batalla, 19 a 19, Nacho hizo un mate mal intencionado y Sergio saltó cual gato montés en extinción a por la pelota propinando un terrible golpe a un individuo que estaba jugando a una maquinita cercana.

- ¡Maaaaaaa! Qué barbaridad. I’m sórri ¡Co! - mi hermano.
- No problem - era Stojakovic (Predrag para los amigos... casi prefiero no serlo).

Era estar desayunando y coincidir en los zumos con Kirilenko, que miraba impertérrito, pétreo, unas magdalenas o buscaba con la mirada el vodka pensando: “Qué extraño, aquí desayunan unas cosas más raras…”.

Recuerdo que alguno de los chicos había hablado con el mítico Piculín (39 años; sí, es que soy un chaval) y dijo que lo encontró paseando por los pasillos del hotel con un puro al más “puro” estilo Ché Puertorriqueño. En cercana confesión le preguntó a uno de los nuestros si yo era el Angulo de Zaragoza (Piculín jugó en Zaragoza años ha). Añadir que en esa época yo llevaba unos divinos reflejos dorado-fantasía en mi pelo. Siguiendo con la conversación, Piculín contes-tó: “Parece un puto”… El único consuelo que me quedó es que pensase que yo era Alberto...

Cómo olvidar a Fernando Mingas, de Angola… No tengo ninguna anécdota con él, pero no he podido contenerme, tenía que nombrarlo.

Amén era cuando tras un entrenamiento nos cruzábamos con el equipo Argentino. Lucas, Nocioni, Ginobili, Scola, Oberto... nos faltaba tiempo para hacer tertulia: “Cómo andás, reloco”, “Boludo, andáte a la concha de tu hermana...”, “Viejo, no más”. Tenían que disolver la manifestación con gases lacrimógenos y no nos daba tiempo de sacar el “mate”.

Fusión, mezcla, compañerismo, mezcolanza, camaradería… intercambio. La integración es conocimiento del otro, el conocimiento es contacto. Baloncesto es contacto… El axioma de la cancha (¡y mi profesor de filosofía me dijo que nunca aplicaría sus enseñanzas!).

Evoco el último instante. Al dejar el hotel pasamos por delante del hall donde se encontraba Nowitzki (corazón de Volkswagen, cuerpo de limusina). Y gritó: “¡Españoles!”, nos giramos sabiendo que nos dejaría un mensaje lleno de sentido que resumiría la estancia y la amistad callada que había crecido en el ambiente de forma tácita. Sin moverse y desparramado en el sofá concluyó: “Cabrones”... (En un español que ya lo quisiera Rafael Sánchez Ferlosio)

martes, 5 de mayo de 2009

Ayuda para escribir un libro de autoayuda (y 4)

Empiezo a animar como si estuviese solo, como si dependiera de mí cada detalle de nuestra defensa, de nuestro ataque, de nuestro partido. Estoy extenuado, el cansancio me sube desde las piernas y se me agarra al pecho. Mis gritos salen entrecortados, ininteligibles. Pero sigo gesticulando, como un trastornado en un país de trastornados. Pero empiezo a sentir que no se me oye, que sólo suelto aire al aire cuando me pitan una falta inexistente. Intento detenerla pero es imposible. Mi frustración se dispara como un cohete hacia el árbitro y le golpea de lleno. Soy un pelele en sus manos y no sé dónde me puede llevar. Me dejo. Me pitan técnica. Como un balazo, me desarma y busco miradas de comprensión. Pero no hay miradas de comprensión en un manicomio. Noto cómo me abandona todo lo que me sujetaba y temo caerme, pero me encuentro sorprendentemente de pie caminando hacia el banquillo. Caigo en él; o él en mí; no sé. Me tomo un segundo y recapacito.

“El silbato no es la brújula de tu camino, la brújula eres tú y tu corazón”

“La ira es tierra estéril para plantar. La aceptación, el inicio de la mejora”

Me voy calmando en el banquillo e intentando construir, cuando salgo al campo. Hilamos algunas jugadas y nos atrevemos a lanzar unas palmas al aire. Hemos parado la sangría pero, aún así, el partido acaba. Hemos perdido de 13. Entramos al vestuario con sonido de marcha fúnebre en nuestras cabezas. Acostumbrados al tremendismo, nos fustigamos en silencio mientras algún ánimo grotesco se estrella en nuestros oídos. El agua de la ducha resbala por nuestro cuerpo inclemente mientras nuestra memoria nos flagela con cada fallo. Salimos cual zombis. Cansados, abatidos, desalentados; caminamos inertes hacia el coche. Un aficionado me para y me pide una foto con un niño de unos 10 años. Lo miro sin verlo e intento trazar algo parecido a una sonrisa. No me sale pero dispara la cámara. Cuando me voy, el niño me para y me dice: “Para nosotros, sois los campeones”. Un cosquilleo me recorre el cuerpo hasta el cuello y tengo que volverme para que no vea cómo se me encharcan los ojos. Un “gracias” ahogado se me cae.

“Compartir un sentimiento significa ser responsable de un destino común”

…………doy un bote. Un sobresalto me despierta y me quedo un segundo mirando a mí alrededor. El fisioterapeuta y 2 compañeros se ríen con ganas a un metro de mí. ¡Me he quedado dormido mientras me vendaban! Me froto la cara con fuerza y se me escapa una sonrisa. Aún no ha comenzado el partido. Como un flash me viene todo lo soñado hace un momento de golpe. Me pongo de pie de un salto y digo. “¡Chavales! Este partido lo ganamos. Vamos a sufrir, vamos a pasarlo mal pero si estamos unidos lo sacaremos adelante. Y si no lo sacamos, vamos a dejarnos la piel por que pocas veces se tienen segundas oportunidades”. Los junto a todos y obligo a hacer un grito en medio del vestuario. “¡EQUIPO!” Aún resuena en nuestros corazones y veo que alguno me mira de refilón como si estuviera loco... o, más bien, tendría que decir cuerdo.